Cuando
le preguntaban de donde era, a Josefina se le hacia una laguna en la
cabeza. No por ser una chica de pocas palabras, ni mucho menos por timidez, el
asunto es que de verdad todavía no lo sabía. Con tan solo 16 años
se había pasado más de la mitad de su vida viajando. Le toco
nacer lejos, por allá en el culo del mundo. Dicen que se llama
Argentina, se supone que ella lo es. Sin embargo no tiene ni la remota idea de
que idioma se habla, que música escuchan, cual es la
comida típica, nada. Hasta Anama Ferreira es más argentina que ella,
obviamente tampoco sabe quien es esa señora.
Josefina
era muy chiquita cuando la cosa se puso fea y su familia decidió buscar
una mejor vida en Europa. Primero vivieron unos meses en Valdemaqueda, un
pueblito a las afueras de Madrid. Pero no duraron mucho porque en enero hacia
un frió insoportable y a su mamá no le gustaba, extrañaba el
calor húmedo platense que en esa misma época freía las
calles de su antigua cuidad. Se trasladaron a Pamplona, donde vivieron 3 años y
fue ahí donde nació su hermanito Felipe.
Al
alcanzar un mejor nivel económico, la familia decidió seguir
migrando y fijaron campamento en el País Vasco. Josefina hablaba
el catalán de corrido, como si hubiera nacido ahí, es por eso
que su madre siempre la mandaba a hacer las compras, ya que no la
discriminaban porque confundían su acento con su
procedencia. Pero de todas formas no tenia sentido de pertenencia y
empezaba a ingresar en la edad que uno construye su identidad, su
personalidad. ¿Como podía saber quien era si ni siquiera sabia de
donde había salido? Sus padres se jactaban con aires europeos por
la descendencia familiar que acarreaban, y
no creían importante trasmitirle a Josefina cuales eran sus
verdaderas raíces.
A los
15 recibió la propuesta de hacer un intercambio cultural, viajo a
Alemania y vivió tres meses en la casa de una estudiante de la misma
edad, que ocupo su lugar tanto en clase, como en su hogar vasco. Jose sabía
hablar alemán de taquito, ya que la habían mandado a estudiar
extra curricularmente en un instituto, con la ilusión de que esa
posibilidad se presente algún día. Una noche la familia alemana
le pidió que cocine algún plato típico de su país natal,
ya que les resultaba por demás exótica su procedencia.
Además de vergüenza, josefina sintió pena conocer tanto de todo,
menos de ella misma.
Luego regresar de Alemania la
muchacha había tomado una determinación, el último año escolar quería hacerlo
en su lejana Argentina. Aunque sus padres no estaban de acuerdo con la idea,
nadie la pudo frenar. Sucede que existen unas raíces invisibles pero
irrompibles entre cada persona y patria. Josefina sintió la necesidad, y en vez
de intentar cortarlas decidió fortalecerlas.